LA CONDUCTA DE LOS MAKHNOVISTAS EN LAS REGIONES LIBERADAS


Extracto de La Revolución desconocida de Volin. Ed. Campo Abierto.



Los esfuerzos positivos.-Las realizaciones. Las libertades.

La permanente lucha armada y la vida en el «reino rodante», que impedían a la población toda clase de estabilidad, las inhibían asimismo, fatalmente, para toda actividad positiva, constructora. Sin embargo, cuantas veces ello era: posible, el movimiento demostraba una gran capacidad orgánica y las masas laboriosas revelaban voluntad y capacidad creadora notables. Veamos algunos ejemplos.

Hemos hablado, más de una vez, de la prensa makhnovista. A pesar de los obstáculos y las dificultades del momento, los makhnovistas, en relaciones directas con la Confederación anarquista Nabate, editaron manifiestos, periódicos, etc., y un nutrido folleto: Tesis generales de los insurgentes revolucionarios (makhnovistas) sobre los Soviets libres. El periódico El Camino hacia la Libertad -cotidiano o semanario según el trance- se dedicó sobre todo a la vulgarización de las ideas libertarias, aplicadas al curso de los hechos de la vida. El Nabate, más teórico y doctrinario, aparecía semanalmente. Señalemos también La Voz del Makhnovista, que se ocupaba especialmente de los intereses, los problemas y las tareas del movimiento y del ejército makhnovistas.

El folleto Tesis generales resumía el punto de vista de los makhnovistas sobre los problemas candentes de la hora: la organización económica de la región y los soviets libres, las bases sociales de la sociedad a construir, el problema de la defensa, la administración de justicia, etc.

Lamento vivamente no poder aportar algunas transcripciones de esa prensa, por carecer dt?l material indispensable.

A menudo se nos plantea: ¿Cómo se conducían los makhnovistas en las ciudades y poblaciones de que se posesionaban en el curso de la lucha? ¿Cómo trataban a la población civil? ¿De qué modo organizaban la vida en las ciudades conquistadas: la administración, la producción, el intercambio, los servicios municipales, etc.?

Muchas leyendas y calumnias se hicieron circular al respecto, y es nuestro deber desmentirlas y restablecer la verdad. Habiendo estado con el ejército makhnovista en el momento preciso, tras de su victoria de Peregonovka, en que se posesionó, en un ventarrón, de algunos centros importantes como Alexandrovsk,  Ekaterinoslav y otros, estoy en condiciones de aportar un testimonio da primera mano, absolutamente verídico y exacto.

La primera preocupación de los makhnovistas, al entrar, vencedores, en cualquier ciudad, era la de descartar un eventual malentendido peligroso: que se les tomara por un nuevo poder, por un nuevo partido político, por una especie de dictadura. Por ello, de inmediato hacían fijar en las paredes grandes carteles en que se decía a la población, sobre poco más o menos:

A todos los trabajadores de la ciudad y los alrededores

«Vuestra ciudad está ocupada, momentáneamente, por el Ejército insurreccional revolucionario (makhnovista).

Este ejército no está al servicio de ningún partido político, de ningún poder, de dictadura alguna. Por el contrario, él trata de liberar la región de todo poder político, de toda dictadura, para proteger la libertad de acción, la vida libre de los trabajadores contra toda dominación y explotación.

El ejército makhnovista no representa, pues, ninguna autoridad. No constreñirá a nadie a obligación alguna, limitándose a defender la libertad de los trabajadores. Libertad de obreros y de campesinos que sólo a ellos mismos pertenece, sin restricción alguna. Ellos mismos han de obrar, organizarse y entenderse entre sí en todos los dominios de su vida, como la conciban o como lo quieran.

Sepan, desde ya, pues, que el ejército makhnovista no les impondrá, ni les dictará, ni les ordenará nada. Los makhnovistas no harán más que ayudarlos, dándoles tal o cual opiniòn o consejo, poniendo a su disposición todas las fuerzas intelectuales, militares o de cualquiera otra índole que necesiten, pues no pueden ni quieren en ningún caso gobernarlos ni prescribirles nada [1].»

Casi todos los carteles terminaban invitando a la población laboriosa de la ciudad y los alrededores a un mitin, en el que los camaradas makhnovistas «expondrán su punto de vista de manera más detallada y les darán, de ser necesario, consejos prácticos para comenzar a organizar la vida de la región sobre una base de libertad y de igualdad económica, sin autoridad y sin explotación del hombre por el hombre». Cuando, por cualquier razón, tal convocatoria no pudo ser hecha en el mismo cartel, se la hacía pública poco más tarde en carteles especiales.

Habitualmente, la población, sorprendida al principio por tal modo de obrar absolutamente nuevo, se familiarizaba pronto con la situación creada y se consagraba al trabajo de libre organización con entusiasmo y éxito. Tranquilizada la población respecto ala actitud de la fuerza militar, la ciudad recobraba su aspecto normal y su tren habitual de vida: el trabajo se reanudaba, donde era posible, los negocios abrían sus puertas y las diversas administraciones volvían a sus funciones. En un ambiente de calma y de libertad, los trabajadores se preparaban así a una actividad positiva, para reemplazar, metódicamente, los viejos engranajes.

En cada región liberada, los makhnovistas eran el único organismo con fuerzas suficientes para poder imponer su voluntad al enemigo. Pero jamás las utilizaron con fines de dominación ni de influencia política, ni se sirvieron de ellas contra sus adversarios meramente políticos o ideológicos. El enemigo militar, el conspirador contra la libertad de acción de los trabajadores, el aparato estatal, el poder, la violencia sobre los trabajadores, la policía, la prisión: tales eran los elementos contra los cuales dirigía sus esfuerzos el ejército makhnovista.

En cuanto a la libre actividad ideológica: cambio de ideas, discusión, propaganda, ya la libertad de las organizaciones de carácter no autoritario, los makhnovistas garantizaban por doquiera, integralmente, los principios revolucionarios de la libertad de palabra, de prensa, de conciencia, de reunión y de asociación política, ideológica, etc.

En todas las ciudades y poblaciones que ocupaban, comenzaban por anular todas las prohibiciones y restricciones impuestas a los órganos de prensa ya las organizaciones políticas, por cualquier poder .

En Berdiansk, la prisión fue destruida con dinamita, en presencia una enorme multitud, que participó en la destrucción. En Alexandrovsk, Krivoi-Rog, Ekaterinoslav y otros lugares, las prisiones fueron demolidas o incendiadas por los makhnovistas, con aclamación de la población laboriosa.

La libertad de palabra, de prensa, de reunión y de asociación eran proclamadas al punto, para todos y para todo. He aquí el texto auténtico de la Declaración que los makhnovistas hacían pública:
 

  1. Todos los partidos, organizaciones y corrientes políticas socialistas tienen derecho a propagar libremente sus ideas, sus teorías, sus puntos de vista y opiniones, oralmente y por escrito. Ninguna restricción a la libertad de prensa. y de palabra socialistas será admitida ni será objeto de persecución alguna.
    Nota: Los comunicados de orden militar no podrán ser impresos sino por conducto de la dirección del órgano central de los insurgentes revolucionarios: El Camino hacia la Libertad.
  2. En plena libertad los partidos y organizaciones políticas de propagar sus ideas, el ejército de los insurgentes makhnovistas les previene que no admitirá ninguna tentativa de preparar e imponer a las masas laboriosas una autoridad política, por no tener ello nada de común con la libertad de ideas y de propaganda.

Ekaterinoslav, 5 de noviembre de 1919.

Consejo Revolucionario Militar del Ejército de los insurgentes makhnovistas

En todo el curso de la Revolución rusa, la época de la makhnovtchina en Ucrania fue la única en que la verdadera libertad de las masas laboriosas encontró cabal expresión. Mientras la región permaneció libre, los trabajadores de las poblaciones ocupadas por los makhnovistas pudieron decir y hacer -por vez primera- cuanto quisieron y como quisieron. Y, sobre todo, tenían la posibilidad de organizar su vida y su trabajo ellos mismos, según su entendimiento, su sentimiento de justicia y de verdad.

Durante las semanas que los makhnovistas ocuparon Ekaterinoslav, aparecieron con toda libertad cinco o seis periódicos de diversa orientación política; Narodoylastie (El Poder del Pueblo), socialista revolucionario de derecha; Znamia Voztania (El Estandarte de la Rebelión), socialista revolucionario de izquierda; Zyezda (La Estrella), bolchevique, y otros. A decir verdad, los bolcheviques eran quienes menos derecho ienían a la libertad de prensa y de asociación, en primer término, porque ellos habían destruido, donde pudieron, la libertad de prensa y de asociación para los trabajadores, y en segundo término porque su organización en Ekaterinoslav había tomado parte activa en la invasión criminal de la región de Gulai-Pole en junio de 1919, siendo de justicia retribuirles con un severo castigo. Pero, para no afectar en nada los grandes principios de libertad de palabra y de asociación, no fueron molestados y pudieron gozar, corno las demás corrientes políticas, de todos los derechos.

La única restricción que los makhnovistas juzgaron necesario imponer a los estatistas fue la prohibición de constituir Comités revolucionarios jacobinos tendientes a imponer al pueblo una dictadura.

Diversos acontecimientos probaron que tal medida no era vana. Apenas las tropas makhnovistas se posesionaron de Alexandrovsk y de Ekaterinoslav, los bolcheviques locales, salidos de sus escondites, se apresuraron a organizar sus comités (los rev.com.), procurando establecer su poder político y gobernar a la población. En Alexandrovsk, los miembros de uno de tales comités llegaron a proponer a Makhno «dividir la esfera de acción», esto es, dejarle el.poder militar y reservar al comité «toda libertad de acción y toda autoridad política y civil». Makhno les aconsejó «ocuparse en cualquier oficio honesto» en lugar de tratar de imponer su voluntad a la población laboriosa. Análogo incidente ocurrió en Ekaterinoslav.

Esta actitud de los makhnovistas fue justa y lógica: precisamente porque quisieron asegurar y defender la total libertad de palabra, de prensa, de organización, etc., ellos debían adoptar, sin vacilar, todas las medidas contra las formaciones que tratasen de ofender esta libertad, suprimir las demás organizaciones e imponer su voluntad y su autoridad a las masas laboriosas.

Los makhnovistas no vacilaron. En Alexandrovsk, Makhno amenazó con arrestar y hacer ejecutar a todos los miembros de los rev. com. a la menor tentativa de ese género. E igual en Ekaterinoslav. y cuando, en noviembre de 1919, el comandante del tercer regimiento insurreccional makhnovista, Polonsky, de tendencia comunista, fue convicto y confeso de haber participado en semejante conspiración, se le fusiló con sus cómplices.

Al cabo de un mes, los makhnovistas se vieron forzados a abandonar a Ekaterinoslav. Pero tuvieron tiempo de demostrar a las masas laboriosas que la verdadera libertad depende de los trabajadores mismos y que ella comienza a irradiar y desarrollarse apenas el espíritu libertario y la verdadera igualdad de derechos son practicados entre ellos.

El Congreso de Alexandrovsk (octubre de 1919).

En esta ciudad y la región circundante se desarrolló la primera etapa en que los makhnovistas pudieron radicarse por un tiempo más o menos largo.

La conferencia general a que había sido convocada la población laboriosa de Alexandrovsk, apenas fue ocupada la ciudad, se inició con un informe detallado de los makhnovistas sobre la situación del distrito desde el punto de vista militar: A continuación se propuso a los trabajadores organizar ellos mismos la vida en la región liberada, es decir, reconstituir sus organizaciones destruidas por la reacción; reponer en marcha, en lo posible, concertarse sin demora con los campesinos de los alrededores para establecer relaciones regulares y directas entre los respectivos organismos para el intercambio de productos,. etc.

Los obreros aclamaron vivamente tales ideas, pero al comienzo vacilaron en ponerlas en obra, turbados por su novedad y, sobre todo, intranquilos a causa de la proximidad del frente de batalla. Temían el retorno de los blancos, o de los rojos, a breve plazo. Como siempre, la inestabilidad de la situación obstruía el trabajo positivo.

Las cosas no quedaron en eso, sin embargo. Días después, en una segunda conferencia, se profundizó y discutió con animación el problema de la organización de la vida según los principios de la autoadministración de los trabajadores. Finalmente, se llegó a un punto concreto: el modo exacto de ponerse a ello, los primeros pasos. Se propuso formar una Comisión de iniciativa, con delegados de algunos sindicatos y obreros activos, a la que se encomendaría la elaboración de un proyecto de acción inmediata. Algunos obreros de los sindicatos de ferroviarios y de zapateros se declararon entonces dispuestos a organizar inmediatamente dicha Comisión, que procedería ala creación de organismos obreros indispensables para reponer en marcha, lo más rápidamente posible, la vida económica y social de la región.

La Comisión se puso enérgicamente a la obra. Bien pronto los ferroviarios restablecieron la circulación de trenes, algunas usinas entraron en actividad, ciertos sindicatos fueron reconstituidos, etcétera.

Se decidió que, en espera de más profundas reformas, la moneda corriente -papel moneda de diversas emisiones- se siguiese utilizando como medio de cambio. Problema de orden secundario, pues, desde hacía mucho, la población recurría más bien a otros medios para el cambio de productos.

Poco después se convocó en Alexandrovsk, para el 20 de octubre (1919) un gran Congreso regional de los trabajadores.

Este Congreso -cabalmente excepcional, tanto por la forma de ser organizado, cuanto por su desarrollo y sus resultados- merece particular atención. Puedo hacer, por haber participado en él, un informe detallado. Porque es precisamente en los detalles de este inicial trabajo positivo que el lector hallará puntualizaciones y sugestiones muy instructivas.

Al tomar la iniciativa de convocar a un Congreso regional de los trabajadores, los makhnovistas asumieron una tarea asaz delicada. Darían, es cierto, una importante impulsión a la actividad de la población laboriosa, lo que era indispensable, natural y loable. Pero, por otra parte, les era preciso evitar de imponerse a los congresistas ya la población y presentarse en figura de dictadores. Importaba, ante todo, que este Congreso no fuera semejante a los convocados por las autoridades emanadas de un partido político (o de una casta dominante), que sometían a los Congresos, diestramente trucados, resoluciones ya confeccionadas, destinadas a ser dócilmente adoptadas, tras una apariencia de discusión, e impuestas a los sedicentes deJegados so amenaza de represión contra toda eventual oposición. De añadidura, los makhnovistas se proponían someter al Congreso numerosas cuestiones concernientes al ejército insurreccional mismo, cuya suerte, y la de toda la obra emprendida, dependía de cómo fueran resueltas. Hasta en este dominio particular, los makhnovistas se atenían a su propósito de evitar toda presión sobre los delegados.

Para evitar todos los escollos, se decidió:

  1. No se realizaría ninguna campaña electoral para la elección de los delegados. Había que limitarse a avisar a las poblaciones, las organizaciones, etc., que debían elegir un delegado, o delegados, al Congreso de los trabajadores convocado para el 20 de octubre. De tal modo, la población podría designar y dar mandato a los delegados con toda libertad.
  2. Al iniciarse el Congreso, un representante makhnovista explicaría a los delegados que el Congreso era convocado, esta vez, por los makhnovistas mismos, porque se trataba sobre todo de problemas concernientes al ejército insurr.eccional como tal; que el Congreso también resolvería, por cierto, problemas relativos a la vida de la población; que para unos y otros problemas sus deliberaciones y decisiones serían absolutamente libres, sin que los delegados corrieran riesgo alguno por su actitud; y, en fin, que este Congreso debía ser considerado como el primero o, más bien, como extraordinarioi pues los trabajadores de la región habrían de convocar próximamente, por propia iniciativa, su Congreso, que realizarían como quisiesen, para resolver los problemas de su vida que creyesen del caso.
  3. Tras de la apertura, los delegados deberán elegir por sí mismos la Mesa directiva del Congreso y modificar a su gusto el orden del día propuesto -no impuesto- por los makhnovistas.

Dos o tres días antes del Congreso, ocurrió un episodio muy curioso. Un atardecer, se presentó en mi domicilio un joven: Lubim, miembro del comité local del Partido socialista revolucionario de izquierda. Observé en seguida su estado de emoción. En efecto, muy excitado, entró en materia sin preámbulos.

-Camarada Volin -exclamó, tranqueando en todos sentidos la pequeña habitación de hotel en que nos hallábamos-: usted excusará mi brutalidad. Es que se trata de un peligro grandísimo.

Vosotros, ciertamente, no lo advertís. Y, sin embargo, no hay que perder un minuto. Sois anarquistas, lo sé, y en consecuencia utopistas e ingenuos. Pero, con todo, no llevaréis vuestra ingenuidad al extremo de la estupidez. Ni tenéis el derecho de hacerlo, porque no se trata sólo de vosotros, sino de muchos más y de toda una causa.

Yo le confesé no haber entendido nada de su tirada.

-¡Veamos, veamos! -continuó, cada vez más excitado-. Habéis convocado un Congreso de campesinos y de obreros, el que tiene enorme importancia. ¡Pero vosotros sois unos niños grandes! En vuestra inefable ingenuidad, ¿ qué hacéis ? Distribuís profusamente papelitos anunciando el Congreso. Punto, y nada más. ¡Es para espantarse! Ni explicaciones, ni propaganda, ni campaña electoral, ni lista de candidatos; jnada, nada! Yo le suplico, camarada Volin, que abra un poco los ojos. En vuestra situación, hay que ser algo realistas, ¡ caramba ! Haced algo en seguida, mientras es todavía tiempo. Enviad agitadores, presentad vuestros candidatos; dejadnos tiempos de hacer una pequeña campaña. Pues, ¿qué diréis vosotros si la población, la campesina sobre todo, os envía delegados .reaccionarios que reclamen la convocación de la Constituyente o aun el restablecimiento del régimen monárquico? El pueblo está hondamente trabajado por los contrarrevolucionarios. ¿Qué haréis si la mayoría del. Congreso es contrarrevolucionaria y lo sabotea? ¡Obrad, pues, antes que sea demasiado tarde! Diferid el Congreso por unos días, y tomad medidas!

Comprendí. Miembro de un partído político, Lubim concebía las cosas con mentalidad condigna.

-Escuche, Lubim -le dije-. Si en las condiciones actuales, en plena revolución popular y después de cuanto ha ocurrido, las masas laboriosas envían, a su Congreso libre, contrarrevolucionarios y monárquicos, entonces -¿me entiende?-la entera obra de mi vida no ha sido sino un profundo error. y no me quedaría por hacer más que pegarme un tiro con ese revólver que ve ahí.

-Se trata de hablar seriamente -me interrumpió-, y no de alardear...

-Yo le aseguro, camarada Lubim, que hablo muy seriamente. Nada será cambiado de nuestro modo de obrar. Y si el Congreso resulta contrarrevolucionario, yo me suicido. No podría sobrevivir a tan terrible desilusión. Y luego, tome nota de un hecho esencial: no he sido yo quien convocó el Congreso, ni quien ha decidido la forma de integrarlo. Todo ello es obra de un conjunto de camaradas. No tengo, pues, atribuciones para cambiar nada.

-Sí, lo sé. Pero usted tiene gran influencia. Puede proponer ese cambio. Se le escuchará...

-Es que no deseo proponerlo. Lubim. Estoy de acuerdo con ellos.

Con esto terminó la conversación, y Lubim partió, inconsolable.

El 20 de octubre, más de 200 delegados obreros y campesinos se reunieron en la gran sala del Congreso. Al lado de los asientos destinados a los congresistas se había reservado algunos lugares para los representantes de los partidos socialistas de derecha -socialistas revolucionarios y mencheviques- y los del partido socialista revolucionario de izquierda, que asistían al Congreso sólo con voz. Entre los últimos, percibí al camarada Lubim.

Lo que sobre todo me chocó el primer día del Congreso fue una frialdad o, más bien, manifiesta desconfianza de la mayor parte de los delegados. Se supo luego que ellos se esperaban un Congreso como tantos otros, y suponían que aparecerían en el estrado hombres con revólver al cinto en disposición de manejar a los delegados y hacerles votar resoluciones ya confeccionadas por ellos.

La sala estaba helada y transcurrió algún tiempo antes de que se caldeara un poco.

Encargado de la apertura del Congreso, di a los delegados las explicaciones convenidas y les declaré que deberían elegir una Mesa y en seguida deliberar sobre el orden del día propuesto por los makhnovistas. y ya se produjo un incidente. Los congresistas expresaron el deseo de que presidiera yo. Consulté con mis camaradas y acepté. Pero declaré a .los delegados que mis funciones se limitarían estrictamente a la conducción técnica del Congreso, esto es: a seguir el orden del día adoptado, anotar los oradores, concederles la palabra, velar por la buena marcha de los trabajos, etc., y que los delegados deberían deliberar y tomar resoluciones con toda libertad, sin temor a presión ni maniobra alguna de mi parte. Entonces un socialista de derecha pidió la palabra y atacó violentamente a los organizadores del Congreso:

-Camaradas delegados: nosotros, los socialistas, tenemos el deber de preveniros que aquí se está representado una innoble comedia. Nada se os impondrá, pero, mientras, y muy diestramente, se os ha impuesto ya un presidente anarquista. y seguiréis siendo diestramente maniobrados por estas gentes.

Makhno, llegado momentos antes para desearle éxito al Congreso y excusarse de deber partir para el frente, tomó la palabra y respondió ásperamente al orador socialista. Recordó a los delegados la libertad absoluta de su elección, acusó a los socialistas de ser fieles defensores de la burguesía, aconsejó a sus representantes no turbar la labor del Congreso con intervenciones políticas y terminó, dirigiéndose a ellos:

-No sois delegados; por lo tanto, si el Congreso no os gusta, podéis retiraros.

Nadie se opuso. Entonces los socialistas, cuatro o cinco, expresaron con vehemencia su protesta contra semejante modo de ponerlo en la puerta y abandonaron la sala. Nadie pareció lamentar su partida; al contrario, la concurrencia me pareció satisfecha y un tanto más íntima que antes.

Un delegado se levantó.

-Camaradas -dijo-: antes de entrar al orden del día, deseo someteros una cuestión previa de gran importancia, en mi opinión. Se ha pronunciado recién una palabra, la burguesía, a la que, naturalmente, se la fulmina como si se supiese qué es y como si todo el mundo estuviese de acuerda al respecto. Me parece un error grosero. El término burguesía no es del todo claro. Y soy de opinión que, en razón de su importancia, y antes de ponernos al trabajo, sería útil puntualizar la noción de burguesía y saber exactamente a qué atenernos.

A pesar de la habilidad del orador -yo tuve la sensación que no era un campesino auténtico, aunque vistiese como tal-, la continuación de su discurso demostró claramente que estábamos en presencia de un defensor de la burguesía, cuya intención era sondear al Congreso y llevar la turbación al espíritu de los delegados. Contaba, por cierto, con ser sostenido -consciente o ingenuamente- por numerosos delegados. Si lograra su designio, el Congreso podría tomar un giro confuso y ridículo y obstruirse gravemente su labor.

Momento palpitante. En mi papel-como acababa de explicar a los congresistas-, yo no tenía derecho de eliminar, con un pretexto fácil de hallar, la sospechosa proposición del delegado. Era el Congreso quien debía pronunciarse. Y aun tenía la menor idea de su mentalidad. Todos me eran desconocidos, y desconocidos visiblemente desconfiados. Dedicido a dejar que el incidente siguiera su curso, no dejaba, empero, de preocuparme. Y recordé las aprensiones de Lubim. El delegado terminó su discurso y se sentó. La sala -lo vi claramente- tuvo un instante de estupor. Luego, de golpe, como concertados previamente, numerosos delegados gritaron desde todos lados :

-¡Eh, allá! ¿Quién es ese pajarraco de delegado? ¿De dónde viene? ¿Quién lo envió? Si, después de todo, no sabe todavía qué es la burguesía, han hecho cosa desatinada mandándolo aquí. Di, buen hombre, ¿no has aprendido todavía qué es la burguesía? ¡Ah, viejo: tienes la cabezota bien dura! Si no lo sabes, vuelve a tu casa y apréndelo. O, por lo menos, cállate y no nos tomes por imbéciles.

-Camaradas -gritaron algunos-: ¿no os parece que hay que poner fin a todas estas tentativas de dificultar los trabajos esenciales de nuestro Congreso? ¿No tenemos más que hacer que perder el tiempo en cortar un pelo en cuatro? Hay que resolver cuestiones concretas, muy importantes para la región. Hace más de una hora que se chapotea en estupideces en lugar de trabajar. Esto comienza a tener un cariz de verdadero sabotaje. ¡Al trabajo! ¡Basta de idioteces!

-¡Sí, sí! ¡Basta de comedias! ¡Al trabajo! -gritaron de todas partes.

El delegado pro-burgués tragó todo sin decir palabra. Debió sentirse fichado, y no se movió en toda la semana que duró el Congreso, permaneciendo aislado de los demás delegados. Mientras los congresistas vituperaban al desdichado colega, yo miré a Lubim, y lo vi sorprendido, pero satisfecho.

Los incidentes previos, sin embargo, no habían terminado aún. Apenas calmada esa tempestad, Lubim, precisamente, saltó hacia la tribuna. Yo le concedí la palabra.

-Camaradas -comenzó-: disculpen mi intervención, que será breve. Lo hago en nombre del Comité local del Partido socialista revolucionario de izquierda. Se trata de algo de verdadera importancia. Según declaración de nuestro presidente, el camarada V., él no quiere presidir efectivamente. Y ya lo habéis advertido: no llena la verdadera función de un presidente de Congreso. Nosotros, los socialistas revolucionarios de izquierda, encontramos que eso es malo y enteramente falso. Esto significa que vuestro Congreso no tendrd por decirlo así, cabeza.

Trabajará sin cabeza, es decir, sin dirección. ¿Han visto ustedes, camaradas, un organismo viviente sin cabeza? No, camaradas; no es posible eso; sería el desorden, el caos. Ya lo veis, por lo demás: estamos plenamente en él. No, no se puede trabajar útilmente, fructuosamente. El Congreso necesita una cabeza, camaradas. ¡Es necesario un verdadero presidente, una verdadera cabeza!

Aunque Lubim pronunció su diatriba en tono más bien trágico, implorante, se fue haciendo casi ridícula por la repetición de esa palabra: cabeza. Pero, como mi modo de actuar no había podido aún ser probado, yo me preguntaba si los delegados no se dejarían seducir por el fondo del pensamiento de Lubim.

-¡Oh, la, la! -saltaron de todas partes las exclamaciones-. ¡Ya estamos hartos de esas cabezas! Siempre cabezas y cabezas. ¡Basta ya! Tratemos por una vez de pasarnos sin ellas. El camarada V. nos ha explicado que nos ayudará técnicamente, y esto es más que suficiente. Depende de nosotros mismos observar verdadera disciplina, trabajar bien y vigilar. No queremos ya más cabezas que nos manejen como títeres, llamando a eso trabajo y disciplina.

El camarada Lubim hubo de sentarse, sin insistir. Fue el último incidente. Empecé a leer el orden del día, y el Congreso comenzó sus trabajos.

Sobrada razón tiene Archinoff de señalar que este Congreso fue excepcional por su disciplina, el buen orden de su labor, el entusiasmo que animó al conjunto de los delegados, su carácter serio y concentrado, la importancia de sus resoluciones y los resultados.

La labor se desarrolló a buen ritmo y en perfecto orden, con una unanimidad, una intimidad y un ardor notables. A partir del tercer día, todo resto de frialdad había desaparecido. Los delegados se compenetraron cabalmente de la libertad de su acción y de la importancia de su tarea, a la que se consagraron sin reservas.

Se había hecho en ellos la convicción de trabajar por sí mismos y por su propia causa.

No hubo grandes discursos ni resoluciones rimbombantes. Los trabajos revistieron carácter práctico, bien llano. Cuando se trataba de. un problema algo complicado, que requería algunas nociones de orden general, o cuando los delegados deseaban esclarecimiento antes de abordar el trabajo, pedían un informe sustancial sobre el problema. Uno de los nuestros -yo u otros- hacía la exposición solicitada. Tras corta discusión, los delegados se ponían a la obra para pasar a las decisiones definitivas. Habitualmente, una vez de acuerdo sobre los principios básicos, nombraban una comisión, que elaboraba sin demora un proyecto bien estudiado aportador de una solución práctica en lugar de construir resoluciones literarias.

Ciertas cuestiones del momento, muy llanas pero de interés para la vida regional o la defensa de su libertad, fueron ásperamente discutidas y elaboradas, por los delegados y en las comisiones, en sus menores detalles.

En mi condición de presidente técnico, como se me llamó, no tuve más que velar por la secuencia de las cuestiones planteadas, anunciar y formular el resultado de cada trabajo, indicar cierto método de trabajo, etc. Y así el Congreso sesionó -y eso es lo más importante- bajo los auspicios de una verdadera y absoluta libertad. Ninguna influencia de lo alto, presión alguna se hicieron sentir .

La idea de los soviets libres, realmente actuantes en interés de la población laboriosa; las relaciones directas entre campesinos y obreros de las ciudades, basadas en el intercambio mutuo de productos de su trabajo; el esbozo de una organización social igualitaria y libertaria en ciuqades y campiñas: todo ello fue estudiado seriamente y puesto en su punto por los delegados mismos, con ayuda de camaradas capacitádos. Igualmente se resolvieron numerosos problemas concernientes al ejército insurreccional, su organización y fortalecimiento. Se decidió que toda la población masculina, hasta la edad de cuarenta y ocho años, inclusive, deebría incorporarse a ese ejército, enrolamiento voluntario -según el espíritu del Congreso- pero, en lo posible, general, vista la situación en extremo peligrosa y precaria de la región. También se resolvió que el abastecimiento del ejército sería asegurado sobre todo por donaciones voluntarias de los campesinos, a las que se agregaría el producto del botín de guerra y las requisiciones entre los pudientes.

En cuanto a la cuestión puramente política, el Congreso decidió que lo.s trabajadores «prescindirían de toda autoridad, organizaría su vida económica, social, administrativa, etc., por sí mismos, con sus solas fuerzas y medios, mediante organismos directos de base federalista».
 

Los últimos dias del Congreso fueron un bello poema. Magnificos ímpetus de entusiasmo seguian a las decisiones concretas. Todos estaban transportados por la fe en la grandeza invencible de la verdadera Revolución y por la confianza en sus propias fuerzas. ..El espiritu de libertad verdadera, tal como raramente es dado sentirlo, estaba presente en la sala. Cada cual veia ante si, cada uno se sentia participe en una obra grande y justa, basada en la suprema verdad humana, por la que valia la pena consagrar todas las fuerzas y morir por ella.

Los campesinos, entre los cuales los habia maduros y hasta ancianos, decian que era la primera reunión en que se sentian no sólo perfectamente libres, sino también verdaderamente hermanos, y que jamás podrían olvidarlo. En efecto, es poco probable que el que haya tomado parte en ese Congreso pueda olvidarlo jamás. Para muchos, si no para todos, quedará grabado en la memoria como un bello sueño de la vida, en que la grande y verdadera libertad acercara a los hombres, concediéndoles la posibilidad de vivir unidos cordialmente, ligados por sentimientos de amor y de fraternidad.

Al separarse, los campesinos subrayaban la importancia y la necesidad de poner en práctica las decisiones del Congreso. Los delegados llevaron copias de ellas a fin de hacerlas conocer por todas partes. Lo cierto es que al cabo de tres o cuatro semanas los resultados del Congreso se habrian hecho sentir en todas las localidades del distrito y que el próximo Congreso de los campesinos y de los obreros habría atraído el interés y la participación activa de grandes masas de trabajadores en su obra propia. Desgraciadamente, la libertad de éstas era constantemente acechada por su peor enemigo: el poder del Estado. Apenas tuvieron tiempo los delegados de volver a sus aldeas, que ya muchas de ellas eran ocupadas por las tropas de Denikin, negadas a marcha forzada del frente norte. Es verdad que la invasión no fue esta vez sino de corta duración: eran las últimas convulsiones del eneD1igo expirante; pero detuvo, y eso justamente en el momento más preciso, el trabajo constructivo de los campesinos. y visto que por el Norte se aproximaba ya otra autoridad -el bolchevismo, igualmente hostil a la idea de la libertad de las masas-, aquella invasión causó un mal irreparable a la causa de los trabajadores: no solamente fue imposible reunir un nuevo Congreso, sino que las decisiones del primero no pudieron ser puestas en práctica 

(P. Archinoff, ob. cit" cap. VII).

No puedo dejar pasar en silencio ciertos episodios que señalaron los últimos momentos del Congreso.

Poco antes de la clausura, cuando anuncié las clásicas «cuestiones varias», varios delegados propusieron y llevaron a cabo una tarea delicada, dando así una prueba más de la total independencia del Congreso y del entusiasmo que suscitó, como asimismo de la influencia moral que ejerció.

Un delegado se levantó para decir:

-Camaradas: antes de terminar nuestros trabajos y separarnos, algunos hemos decidido poner en conocimiento del Congreso hechos penosos y lamentables que; en nuestra opinión, merecen su atención. Cimos decir que numerosos heridos y enfermos del ejército insurreccional estaban mal atendidos, faltos de medicamentos, cuidados indispensables, etc. Para tranquilidad de conciencia, visitamos los hospitales y demás lugares en que esos desdichados están internados, y lo que hemos visto es bien triste. No sólo carecen de todo auxilio médico, sino que están también malamente alojados y nutridos. La mayor parte están acostados no importa cómo, hasta en el suelo, sin colchón, ni almohada ni mantas. Y, a .lo que parece, ni siquiera se encuentra bastante paja en la ciudad para atenuar un tanto la dureza del suelo. Muchos mueren únicamente por falta de cuidados. Nadie se ocupa de ellos. Nosotros comprendemos muy bien que, en las difíciles condiciones presentes, no hay tiempo para velar por tales necesidades.. El camarada Makhno está absorbido por el frente. Razón de más, camaradas, para que el Congreso se encargue de ello. Esos enfermos y heridos son nuestros camaradas, nuestros hermanos, nuestros hijos. Sufren por .la causa de todos. Yo estoy seguro que con un poco de buena voluntad podríamos, por lo menos, hallar paja para aliviar un poco sus sufrimientos. Propongo al Congreso la inmediata designación de una comisión que se ocupe enérgicamente del caso y haga cuanto pueda por organizar este servicio. Deberá también solicitar el concurso de los médicos y farmacéuticos de la ciudad y buscar enfermeras de buena voluntad.

La proposición fue adoptada por el Congreso todo y quince delegados se constituyeron en comisión para ocuparse del menester. Estos delegados que, al venir al Congreso, esperaban estar de regreso en sus casas a las veinticuatro o cuarenta y ocho horas, tras un simulacro de Congreso, no vacilaron en descuidar sus intereses y retardar el regreso para servir a los camaradas en desgracia. y considérese que habían traído escasos víveres y que habían dejado en sus hogares urgentes asuntos personales pendientes. Agreguemos que debieron permanecer varios días más en Alexandrovsk. El éxito coronó sus esfuerzos: se obtuvo paja
suficiente y se orgaizó rápidamente un servicio médico de emergencia.

Otro delegado pidió la palabra:

-Camaradas: he de hablar de otro asunto igualmente ingrato. Hemos sabido de ciertas fricciones entre la población y los servicios del ejército insurreccional. Se nos ha referido, sobre todo, que en él existe un servicio de contraespionaje que se permite actos arbitrarios e incontrolables, algunos muy graves, un poco al modo de la Tcheka bolchevique: requisiciones, arrestos, hasta torturas y ejecuciones. No sabemos qué hay de cierto en tales rumores. Pero nos han llegado quejas que parecen serias. Sería deshonroso y peligroso para nuestro ejército seguir ese camino; sería un grave perjuicio, aun un peligro, para toda nuestra causa. No queremos, absolutamente, meternos en asuntos de orden meramente militar. Pero tenemos el deber de oponernos a los abusos y los excesos, si realmente los hay. Porque ellos, sobre ser condenables, levantarían a la población contra nuestro movimiento. El Congreso, que goza de la cpnfianza y la estima generales de la población, tiene el deber de investigar profundamente el punto, establecer la verdad, tomar medidas, si es del caso, y tranquilizar a las gentes. Nuestro Congreso, emanación viviente de los intereses del pueblo laborioso, es en este momento la institución suprema de la región. Está por encima de todo, pues representa al pueblo laborioso. Propongo, pues, que se nombre de inmediato una comisión encargada de aclarar las cosas y obrar en consecuencia.

En seguida se constituyó, al efecto, una comisión. Observemos de paso que jamás una iniciativa semejante de delegados del pueblo laborioso hubiese sido posible bajo el régimen bolchevique, y que la entera actividad de este Congreso daba las primeras nociones de cómo la nueva sociedad naciente debiera funcionar desde sus primeros comienzos, para afirmarse en el cabal cumplimiento de los principios manumisores. Agreguemos que los hechos inmediatos no permitieron a esta comisión llevar a cabo su acción: los combates incesantes, los desplazamientos del ejército y las urgentes tareas que absorbían todos sus servicios, se lo impidieron.
y otro delegado más:

-Camaradas: ya que el Congreso está en tren de reaccionar contra ciertas deficiencias y lagunas, permitidme señalar un hecho lamentable. Aunque no es muy importante, merece nuestra atención, a causa del estado de espíritu impertinente que demuestra. Habéis visto, ciertamente, camaradas, en los muros de la ciudad, el aviso firmado por el camarada Klein, comandante militar de Alexandrovsk, en que invita a la población a no abusar de las bebidas alcohólicas, ni mostrarse por las calles en estado de ebriedad. Es lo propio. Como lo es también la forma del aviso, ni grosero ni insultante, ni ultrajante ni autoritario. No habría sino que felicitar al camarada Klein. Bien; anteayer se realizó una popular velada musical, danzante y recreativa, en esta misma casa, en la sala contigua, en la que participaron buen número de insurgentes, ciudadanos y ciudadanas. Nada de censurable en ello, me adelanto a decirlo. La juventud se aburre y procura distraerse. Es humano y natural. Pero he aquí que se ha bebido por demás en tal velada. Muchos se embriagaron lindamente. Basta ver la cantidad de botellas vacías amontonadas ahí no más, en el corredor. (Hilaridad.) El objeto principal de mi intervención no es ése. Ello no es tan grave. Lo grave es que uno de los que llegaron al extremo de embriagarse es... el camarada Klein, uno de los comandantes del ejército y comandante de la ciudad, firmante del excelente aviso contra la embriaguez. A tal punto estaba que no podía marchar ni tenerse en pie y hubo que cargarlo en un carruaje para llevarlo a su casa, al amanecer. Y en el trayecto ha escandalizado, gritando y debatiéndose. Entonces, camaradas: al redactar y firmar el aviso, ¿el camarada Klein se creía por encima de los ciudadanos, eximido de la buena conducta que predicaba a los demás? ¿No debería haber sido el primero, por el contrario, en dar el buen ejemplo? En mi opinión, ha incurrido en una grave falta que no habría que dejar pasar por alto.

Aunque tal inconducta fuera asaz anodina y los delegados tomaran más bien risueñamente la cosa, revelaron cierta emoción. Fue general la condenación de la inconducta de Klein, porque ella podría ser, en efecto, expresión de un estado de espíritu censurable: el de un jefe que se ve por encima de la multitud y todo se lo cree permitido.

-Hay que citar a Klein en el acto -se propuso.

-¡Que venga a explicarse ante el Congreso!

Y al punto tres o cuatro delegados partieron en busca de Klein. A la media hora volvieron con él. Me intrigaba saber cuál seria su actitud.

Klein se contaba entre los mejores comandantes del ejército insurreccional. Joven, valeroso, muy enérgico y combativo -físicamente, un buen mozo, bien proporcionado, de expresión dura y gestos marciales-, se lanzaba siempre a lo más arduo de la batalla, sin temer nada ni a nadie, por Io que había sufrido numerosas heridas. Estimado y amado, por sus colegas y los simples combatientes, era de los que habían vuelto del ejército rojo trayendo a Makhno algunos de sus regimientos. De familia campesina de origen alemán, si no yerro, su cultura era primitiva.

El debía saber que, en esta circunstancia, sería vigorosamente sostenido y defendido por sus colegas -los demás comandantes- y por Makhno mismo. ¿Tendría bastante conciencia para comprender que el Congreso estaba por encima de él, del ejército y de Makhno? ¿Sentiría que un Congreso de trabajadores era la institución suprema ante la que todos eran responsables? ¿Comprendería que todos, el ejército, Makhno, etc., no eran sino obreros de la causa común, que deberían rendir cuenta en todo instante al pueblo laborioso ya sus órganos? Eso me preocupaba, mientras se esperaba el regreso de la comisión.

Una concepción tal de las cosas era enteramente nueva. Los bolcheviques lo habían hecho todo para impedir su surgimiento en el espíritu de las masas. ¡Habría que ver a un congreso obrero disponerse a llamar al orden, por ejemplo, a un comisario o a un comandante del ejército! ¡Cosa inconcebible, imposible! Aun en el supuesto de que un congreso obrero, en alguna parte, osara intentarlo, ¡Con qué indignación y desaprensión el comisario o el comandante habrían arremetido contra el congreso, haciendo ostentación de armas, desde el estrado, y trayendo a cuento sus méritos! "¡Cómo! -gritaría-. Ustedes, un simple conglomerado de obreros, ¿ tienen el tupé de pedir cuentas a un comisario? a un jefe benemérito, con hazañas, heridas y menciones honrosas en su hoja de servicios, aun jefe felicitado y condecorado? ¡No tenéis ningún derecho a hacerlo! Yo sólo soy responsable ante mis superiores. A ellos debéis dirigiros, si tenéis algo que reprocharme.»

Obreros: ¡obedeced a vuestros jefes!... ¡Stalin siempre tiene razón!...

¿Se inclinaría Klein a algo semejante? ¿Estaría, por el contrario, sincera, profundamente penetrado por otra situación, por bien distinta psicología?

Bien ceñido en su unifonne y armado, Klein subió al estrado. Parecía algo sorprendido y molesto.

-Camarada Klein: ¿usted es el comandante de nuestra unidad? -empezó el interpelante.

-Sí.

-¿Es usted quien redactó e hizo fijar el aviso contra el abuso de las bebidas alcohólicas y la embriaguez en público?

-Sí, camarada. Soy yo.

-Díganos, camarada Klein: como ciudadano y aun como comandante militar de nuestra ciudad, ¿se cree moralmente obligado a obedecer su propia recomendación, o se cree al margen y por encima de ella?

Visiblemente molesto y confundido, Klein dio algunos pasos hacia el borde del estrado y dijo muy sinceramente, con voz insegura:

-Camaradas delegados: tengo culpa, lo sé. He cometido una falta embriagándome días pasados. Pero compréndanme... Yo soy un combatiente, un hombre del frente, un soldado, y no un burócrata. Yo no sé por qué se me ha hecho comandante de la ciudad, no obstante mi protesta. Como tal, no tengo nada que hacer, sino estanne el día ante una mesa y firmar papeles. No es para mí eso. Yo necesito la acción a pleno aire, el frente, los compañeros. Aquí me aburro mortalmente, camaradas. He ahí por qué me embriagué la otra noche. Yo bien quisiera poder enmendar mi falta, camaradas. Para ello, no tenéis más que pedir que me manden al frente, donde podría prestar verdaderos servicios, mientras que aquí, en este maldito puesto de comandante, yo nada prometo. No puedo hacenne a él. Eso es más fuerte que yo. Que se ponga a otro hombre en mi lugar, un hombre capaz para ese menester. Perdónenme, camaradas, y que se me envíe al frente.

Los delegados le pidieron que se retirara unos instantes, y él lo hizo en la actitud que sus palabras habían revelado. Se deliberó sobre el caso. Era evidente que su conducta no respondía a una mentalidad de jefe pagado de su jerarquía. Que era, precisamente, cuanto se quería saber. Se comprendió su sinceridad y sus razones, y se le llamó para decirle que el Congreso, habida cuenta de sus explicaciones, no sancionaría su falta, accediendo a gestionar el solicitado envío al frente. El agradeció a los delegados, y partió como había venido, muy sencillamente.

Estos episodios parecerán, a algunos lectores, tal vez insignificantes para ocupar tanto espacio. Me permito expresarle que, desde el punto de vista revolucionario, los considero infinitamente más importantes, más sugestivos y útiles, en los menores detalles, que todos los discursos de Lenin, Trotsky y Stalin, pronunciados antes, durante y después de la Revolución.

El incidente Klein fue el último. Minutos después, el Congreso terminó sus labores.

Relataré aún otro pequeño episodio, personal.

A la salida encontré a Lubim, sonriente, radiante.

-No se puede imaginar -me dijo- toda mi alegría. Usted, ciertamente, me ha visto muy ocupado en el curso del Congreso. ¿Sabe en qué? Soy experto en la formación de grupos de exploración y destacamentos especiales, materia que integraba el orden del día. Durante dos días trabajé cón la comisión encargada de estudiar el punto y hallar una solución eficaz. Le di una buena mano, y me han felicitado. Siento la satisfacción de haber hecho algo bueno y necesario, que ha de servir a la causa. Estoy muy contento...

-Lubim -le respondí-; dígame sinceramente: durante ese trabajo bueno y útil, ¿ha pensado usted un solo instante en su papel político? ¿Ha recordado ser miembro de un partido político y responsable ante él? Su trabajo útil, ¿no fue, justamente, apolítico, concreto, preciso, trabajo de cooperación, y no de cabeza, de dirección que se impone, de acción gubernamental?

Lubim me miró, reflexivo.

-En todo caso, el Congreso ha sido magnífico, bien logrado, lo confieso...

-Eso es, Lubim. Reflexione sobre ello. Usted ha cumplido cabalmente su parte, realizando buen trabajo, desde el momento mismo que dejó de llenar su papel político, y prestado colaboración como camarada conocedor del asunto. Ahí está, créalo, todo el secreto del éxito del Congreso. He ahí, también, todo el secreto del logro de una revolución. Es así como deberían obrar todos los revolucionarios, por doquiera, en el plano local y en escala más vasta. Cuando los revolucionarios y las masas lo hayan comprendido, la verdadera victoria de la Revolución estará asegurada.

No he vuelto a ver a Lubim, ni sé qué ha sido de él. Si vive aún, no sé qué piensa hoy. Bien quisiera yo, en tal caso, que leyese estas líneas y recordase...

La última victoria de los makhnovistas sobre los denikistas. La toma de Ekaterinoslav.

-Días después de finalizado el Congreso de Alexandrovsk, los makhnovistas se posesionaron definitivamente de Ekaterinoslav. Pero nada positivo pudieron organizar en ello, ni emprenderlo. Las tropas de Denikin, rechazadas de la ciudad, pudieron atrincherarse en sus proximidades, en la orilla izquierda del Dnieper, de donde los makhnovistas no lograron desalojarlas. Diariamente, durante todo un mes, los denikistas bombardearon la ciudad, sometida al fuego de las baterías de sus numerosos trenes blindados. Cada vez que la Comisión de cultura del ejército insurreccional conseguía convocar una conferencia de los obreros de la ciudad, los denikistas, perfectamente informados, intensificaban el fuego, concentrándolo en el lugar de reunión. No era posible ningún trabajo serio, ninguna organización metódica. Apenas si pudieron realizarse algunos mítines en la ciudad y la periferia.
 

Uno de los argumentos favoritos de los bolcheviques contra los makhnovistas es el de no haber hecho nada, mientras estuvieron en posesión de Ekaterinoslav, por dotar de una organización constructiva la vida de la ciudad. Para poder sostener eso, los bolcheviques ocultan dos circunstancias de capital importancia. Primero: que los makhnovistas jamás han sido representantes de un partido político ni de autoridad alguna. En Ekaterinoslav, su función era la de un destacamento revolucionario militar, montando guardia por la defensa de la ciudad. No le correspondía, pues, emprender y realizar un programa constructor de la Revolución, tarea de incumbencia de las masas laboriosas mismas, a las que el ejército makhnovista podría, a lo más, ayudar con su opinión, sus consejos, su aliento y su experiencia organizadora, lo que hizo, por lo demás, cuanto le fue posible. Segundo: la situación excepcional de la ciudad, enteramente sitiada y continuamente bombardeada, situación que impidió a los obreros -no al ejército makhnovista- ponerse a la obra de organizar la vida ciudadana conforme a los principios de la acción libre.

En cuanto a la versión de que los makhnovistas declararon a los ferroviarios, deseosos de restablecer los servicios si se les ayudaba, que con la estepa y su buena caballería les bastaba, es una grosera invención lanzada por la prensa denikista en octubre de 1919. ¡Y en semejante fuente la recogieron los bolcheviques para hacerla servir a sus fines! (P. Archinoff, ob. cit., cap. VII).

Con falsedades de tal género y calumnias de toda especie los bolcheviques nutrieron su campaña de desprestigio contra el movimiento makhnovista.

La epidemia. Abandono de Ekaterinoslav. Retorno de los bolcheviques a Ucrania. Su nuevo conflicto con los makhnovistas.

A partir de noviembre, una terrible epidemia de tifus exantemático, que invadió toda Rusia, hizo estragos en el ejército insurreccional. La mitad de los hombres estaban enfermos y la mortandad era muy elevada. Principalmente por esta causa los makhnovistas se vieron obligados a dejar Ekaterinoslav cuando la atacó afines de noviembre el grueso de las fuerzas de Denikin, en retirada hacia Crimea, seguidas de cerca por los bolcheviques.

Las tropas makhnovistas se reagruparon entre las ciudades de Melitopol, Nicopol y Alexandrovsk. En esta última se produjo, afines de diciembre de 1919, el encuentro entre el estado mayor makhnovista y el alto comando de las varias divisiones del ejército rojo que venían en seguimiento de Denikin, encuentro esperado, desde hacía tiempo, por los makhnovistas, y que ellos estimaban habría de ser, por las nuevas condiciones creadas, fraternal por lo que no adoptaron precaución alguna.

El encuentro fue en todo semejante a varios anteriores: amistoso y hasta cordial, en apariencia. Sin embargo, habría de reservar, como algunos sospechaban, sorpresas y borrascas. Sin duda, los bolcheviques recordaban con amargura y rencor el golpe sufrido por el retiro de los regimientos makhnovistas y de los propios regimientos rojos, que aquéllos arrastraron. Sin la menor duda, tampoco tolerarían largamente a su lado la presencia de un ejército libre ni la vecindad de un movimiento independiente, de toda una región que no reconocía su autoridad. Más o menos pronto, los conflictos serían inevitables. y en la primera ocasión los bolcheviques no vacilarían en atacar. Aunque los makhnovistas, advertidos más o menos de esta situación, estuviesen dispuestos a arreglar, pacífica y  fraternalmente, todas las diferencias eventuales, no podían desprenderse de un sentimiento de desconfianza.

Las relaciones entre los soldados de ambos ejércitos fueron, desde el primer momento, amistosas y fraternales. En un mitin común, en el que unos y otros fraternizaron entusiastas, estrecharon sus manos en el propósito de luchar de consuno contra el enemigo común: el capitalismo y la contrarrevolución. y algunas unidades del ejército rojo hasta expresaron su intención de pasar a las filas makhnovistas.

Ocho días más tarde estalló la tempestad. El comandante del ejército insurreccional -Makhno- recibió orden del Consejo revolucionario militar del XIV Cuerpo del ejército rojo de dirigirse, con su ejército insurreccional, al frente polaco. Se trataba, tal fue la general comprensión, del primer paso hacia un nuevo ataque contra los makhnovistas. Esa orden era, por múltiples razones, un contrasentido. Ante todo, el ejército insurreccional no estaba subordinado al XIV Cuerpo ni a ninguna otra unidad militar roja. El comafldo rojo carecía de facultades para dar órdenes al ejército insurreccional, que había soportado solo todo el peso de la lucha contra la reaoción en Ucrania. Luego, aunque tal desplazamiento hubiese sido fraternalmente encarado, era materialmente imposible realizarlo, por estar enfermos la mitad de sus combatientes, casi todos los comandantes, los integrantes del estado mayor y Makhno mismo. Y, finalmente, la combatividad y la eficacia revolucionaria del ejército makhnovista serían por mucho mayores en Ucrania que en el frente polaco, donde se hallaría en un ambiente extraño, luchando por fines no conocidos por él.

En tal sentido respondieron los makhnovistas a la orden del comando rojo, rehusándose a ejecutarla. Para unos y otros, tanto la proposición como la respuesta eran pura diplomacia, y sabian a qué atenerse en realidad. Enviar al ejército insurreccional al frente polaco significaba cortar limpiamente el nervio principal del movimiento revolucionario en la región, justamente lo que los bolcheviques procuraban para ser amos absolutos también en ella. Si el ejército insurreccional se sometía, se lograba el fin. En caso contrario, prepararían la respuesta para llegar al mismo resultado. Los makhnovistas lo sabían y se disponían a parar el golpe. Lo demás no era sino literatura.

La respuesta a la negativa no se hizo esperar. Pero los makhnovistas se adelantaron previsoramente, evitando así hechos sangrientos inmediatos. Al mismo tiempo que la respuesta al comando rojo, los makhnovistas dirigieron un llamado a los soldados del ejército rojo, poniéndoles sobre aviso para que evitaran ser engañados por las maniobras provocadoras de sus jefes. Hecho lo cual, levantaron campamento y se pusieron en marcha hacia Gulai-Pole, que acababa de ser evacuada por los blancos, llegando a ella sin dificultades ni encuentro. El ejército rojo no se opuso a esa marcha, de momento, aunque algunos destacamentos de poca monta y algunos personajes aislados que se retardaron a la retaguardia del grueso de las tropas fueron hechos prisioneros por los bolcheviques.

Quince días más tarde, hacia mediados de enero de 1920, los bolcheviques declararon a Makhno ya los combatientes de su ejército fuera de la ley por no haber cumplido la orden de marchar al frente polaco.

El segundo ataque bolchevique contra los makhnovistas.

-Comienza en este punto el tercer. acto del drama, prolongado durante nueve meses y caracterizado por la encarnizada lucha entre los makhnovistas y las autoridades bolcheviques. No nos ocuparemos de las múltiples peripecias;.de esta lucha sin cuartel. Para evitar una posible fraternización de los soldados del ejército rojo con los makhnovistas se lanzaron contra éstos la división de fusileros letones y destacamentos chinos, cuyos integrantes no advertían la verdadera esencia de la Revolución rusa y se limitaban a obedecer ciegamente las órdenes de sus jefes.

Los bolcheviques condujeron la lucha con picardía y salvajismo inauditos.

Aunque las tropas rojas .decuplicasen en número alas makhnovistas, éstas maniobraban tan hábilmente, ayudadas eficazmente por la población, que se mantenían constantemente fuera de alcance. Por lo demás, el alto comando bolchevique evitaba deliberadamente la lucha franca y abierta contra Makhno y su ejército, prefiriendo otro género de guerra.

El ejército rojo señalaba metódicamente, mediante numerosos reconocimientos y exploraciones, las aldeas y poblaciones con escasas fuerzas makhnovistas o enteramente desguamecidas, y caía sobre ellas, ocupándolas casi sin combate. Así lograron establecerse sólidamente en varios lugares y paralizar el libre desenvolvimiento de la región, esbozado en 1919. y donde se instalaban desencadenaban la guerra no contra el ejército insurreccional, sino contra la población campesina en general. Los arrestos y las ejecuciones en masa comenzaban al punto. La represión denikista fue superada, en extensión y horror, por la de los bolcheviques.

La prensa comunista de la época solía, al ocuparse de la lucha contra los insurgentes, citar cifras de los makhnovistas vencidos, de los prisioneros y los fusilados. Pero omitía aclarar que se trataba casi siempre no de combatientes del ejército, sino de aldeanos convictos o solamente sospechados de simpatía por los makhnovistas.

La llegada de las tropas rojas a una aldea significaba el inmediato arresto de numerosos campesinos, muchos de ellos fusilados, como insurgentes o como rehenes sacrificados. Gulal-Pole cambió muchas veces de mano. Y, naturalmente, hubo de sufrir mucho más, por las reiteradas incursiones bolcheviques. Cada sobreviviente podría relatar casos espantosos de la represión bolchevique. En las primeras incursiones, Makhno, que se hallaba enfermo al extremo de no tener conocimiento, estuvo muchas veces a punto de caer en poder del enemigo, que lo buscaba afanosamente. y pudo salvarse, y curarse, gracias a la sublime abnegación de los campesinos, que en ocasiones se sacrificaban voluntariamente para ganar tiempo y permitir que el enfermo fuera trasladado a lugar más seguro.

Según cálculos moderados, en esa época más de 200.000 campesinos y obreros fueron fusilados o gravemente mutilados por los bolcheviques en Ucrania. Y otros tantos fueron encarcelados o deportados al desierto siberiano y otros lugares no menos penosos.

Naturalmente, los makhnovistas no podían amenos de reaccionar contra tan monstruosa deformación de la Revolución. Al terror de los bolcheviques respondieron con golpes no menos duros, aplicando contra ellos todos los medios y métodos de las guerrillas, que habían practicado antes, en la lucha contra el hetman Skoropadsky.

Cuando los makhnovistas, a raíz de una batalla o por acción de sorpresa, hacían numerosos prisioneros rojos, desarmaban a los soldados y los ponían en libertad, aun sabiendo que se les obligarla a volver a la línea de fuego; los que deseaban unirse a los makhnovistas eran recibidos fraternalmente. Los jefes, los comisarios y los representantes en misión del Partido Comunista eran pasados a filo de espada, salvo caso de pedir su gracia los soldados por razones plausibles. No se olvide que todos los makhnovistas, quienquiera fuesen, caídos en poder de los bolcheviques eran invariablemente fusilados en el acto.

Las autoridades bolcheviques y sus agentes pintaban muchas veces a los makhnovistas como vulgares asesinos implacables, como bandidos sin fe ni ley; publicaban largas listas de nombres de soldados rojos y de miembros del Partido Comunista muertos por esos criminales. Mas siempre callaban un punto esencial: que esas víctimas caían en combates emprendidos o provocados por los comunistas mismos.

En realidad, no se podía sino admirar los sentimientos de tacto, delicadeza, espontánea disciplina y honor revolucionario de que dieron prueba los makhnovistas con respecto a los soldados del ejército rojo. Pero los jefes de éste y la aristocracia del Partido Comunista eran considerados por los makhnovistas como los únicos y verdaderos responsables de todos los males y todos los horrores con que el poder bolchevique abrumaba al país. Ellos eran quienes, deliberadamente, habían aniquilado la libertad de los trabajadores y hecho de la región una llaga sangrante, por la que el pueblo se desangraba. Para ellos, pues, no había miramientos ni piedad: eran habitualmente ejecutados apenas identificados.

Uno de los mayores motivos de preocupación para el gobierno bolchevique era saber aún vivo a Makhno y no poder echarle mano. Daba por seguro que la supresión de Makhno significarla la liquidación del movimiento. Por ello, en el verano de 1920 montaron múltiples atentados contra él, ninguno de los cuales resultó. Existe, al respecto, concluyente documentación. Pero no nos detendremos en estos aspectos en cierto modo personales.
 

Durante todo el año 1920, y más tarde, las autoridades bolcheviques sostuvieron la lucha contra los makhnovistas, pretextando combatir al bandolerismo. Hicieron intensa agitación para convencer de ello al país, orientando en tal sentido su prensa y demás medios de propaganda, para sostener a toda costa, interior y exteriormente, tamaña calumhia. Y, al par de esta campaña, lanzaron numerosas divisiones de fusileros y de caballería contra los insurgentes, a fin de destruir el movimiento y de impulsarlo así efectivamente hacia la sima del bandolerismo. Los prisionenros makhnovistas eran implacablemente ejecutados; sus familias -padres, esposas, hijos-, torturadas o muertas; sus bienes, pillados o confiscados; sus hogares, devastados. y todo ello practicado en vasta escala.

Rabia que contar con excelsa voluntad y desplegar heroicos esfuerzos para que la vasta masa de los insurgentes, ante los diarios horrores perpetrados por las autoridades, conservase intacta su posición rigurosamente revolucionaria, sin precipitarse, por exasperación, en el abismo del bandolerismo. Pues bien: esa masa no perdió el valor un solo día, ni jamás abatió su pabellón revolucionario. Hasta el fin permaneció fiel a su tarea. Para quienes tuvieron ocasión de observarla en este periodo tan duro, tan penoso, ello fue algo rayano en lo milagroso, revelador de cuán profunda era la fe de las masas laboriosas en la Revolución y cuán firme su abnegación por la causa que los transportaba 

(P. Archinoff, ob. cit., cap. VIII).

A partir del verano de 1920, los makhnovistas hubieron de sostener la lucha no sólo contra las unidades del ejército rojo, sino contra el entero sistema bolchevique, contra todas las fuerzas estatales bolcheviques en Rusia y en Ucrania, lucha que se ampliaba e intensificaba día tras día. En tales condiciones, las tropas insurreccionales se veían obligadas a menudo, para evitar el encuentro con fuerzas muy superiores, a alejarse de su base y realizar marchas forzadas de más de mil kilómetros, replegándose ya hacia la cuenca del Donetz, ya hacia la gobernación de Kharkov, ya hacia la de Poltava.

Estas involuntarias peregrinaciones fueron ampliamente aprovechadas por los insurgentes para la propaganda: cada aldea en que acampaban las tropas un día o dos se convertía en un vasto auditorio makhnovista.

La situación excepcionalmente difícil del ejército insurreccional no le impidió velar por el perfeccionamiento de su organización. Después de la derrota de Denikin y el regreso de los insurgentes a su región, se constituyó un Consejo de los insurgentes revolucionarios, integrado por delegados de todas las unidades del ejército. Funcionaba bastante regularmente, ocupándose de cuestiones no concernientes a las operaciones militares propiamente dichas.

Pero en el verano de 1920 las condiciones particularmente inestables y penosas en que se hallaba el ejército dificultaron la actuación eficaz de ese Consejo, por lo que fue remplazado por otro, reducido a siete miembros, elegidos y ratificados por el conjunto de los insurgentes. El nuevo Consejo se dividía en tres secciones para otros tantos órdenes de asuntos: militares, de organización y control general, de propaganda y cultura.

 

Notas

1 En ciertas ciudades, los makhnovistas nombraban un comandante, cuyas funciones se limitaban a servir de enlace entre las tropas y la población a comunicar a ésta ciertas medidas, dictadas por las necesidades de la guerra, que pudiesen tener repercusión en la vida de los habitantes. Tales comandantes carecían de autoridad sobre la población, en cuya vida civil no debían intervenir de modo alguno.

2 Sólo se habla de partidos y organizaciones socialistas, no porque se quisiese privar de tal derecho a los no socialistas, sino únicamente porque en plena revolución popular los elementos de derecho no entraban en juego. No era cuestión. Era natural que la burguesía no osara, en las condiciones creadas, editar su prensa, y que los obreros impresores, en posesión de- las imprentas, se negaran rotundamente a imprimirla. No valía la pena hablar de ello. El lógico acento recae sobre todos, no sólo sobre socialistas. Si los reaccionarios, no obstante, lograran imprimir sus obras, nadie se inquietaría por ello, pues el hecho, en el nuevo ambiente, no representaría peligro alguno.

 


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