Elementos viejos y nuevos en el anarquismo

(una respuesta a María Isidine)

Piotr Archinov


La camarada Isidine contrapone a nuestra concepción de la organización revolucionaria anarquista la vieja concepción correspondiente a épocas en que los anarquistas no tenían organizaciones reales, sino que, por medio de entendimiento mutuo, llegaban a acuerdo sobre los fines y sobre los medios de alcanzarlos. De hecho, este viejo partido estaba confinado a ideas análogas y se hallaba privado de un auténtico formato organizativo: correspondía, por sobre todo, al nacimiento del movimiento anarquista, cuando sus pioneros estaban tanteando un camino hacia adelante, sin haberlo templado en la dura experiencia de la vida.

El socialismo también, en esos días, tuvo una difícil gestación. Sin embargo, cuando la lucha social de las masas evolucionó y se volvió crítica, todas las tendencias que rivalizaban por influenciar sus resultados, adoptaron formas políticas y organizativas más precisas. Aquellas tendencias que fracasaron en mantenerse a ritmo con esta evolución, se quedaron rezagadas con respecto a la vida. Nosotros, los anarquistas rusos, estábamos especialmente al tanto de esto durante las dos revoluciones de 1905 y 1917. Y mientras, en un comienzo, estábamos en el carro de la lucha, apenas comenzó la fase constructiva, nos vimos irremediablemente sobrepasados y, finalmente, alejados de las masas.

Esto no fue el resultado de la casualidad: tal actitud emanaba inevitablemente de nuestra impotencia, de nuestros puntos de vista organizativos, así como del punto de vista de nuestra confusión ideológica. El presente, esta época decisiva, demanda de nosotros algo más que un "partido" vaciado de formato organizativo y erigido solamente sobre la noción de ideas hermosas. Estos tiempos requieren que el movimiento libertario, como un todo, entregue respuestas a toda una gama de cuestiones de la mayor importancia, tanto relativas a la lucha social, como a la construcción comunista. Requieren que sintamos responsabilidad frente a nuestros objetivos. Sin embargo, hasta el momento en que tengamos una organización real y significativa, no nos será posible proveer respuesta a estas interrogantes, ni poner el hombro a estas responsabilidades. De hecho, el rasgo consistentemente distintivo de nuestro movimiento, es que carece de unidad de visión sobre estas cuestiones fundamentales. Hay tantas visiones, como hay personas y grupos.

Ciertos anarquistas ven esta situación como reflejo de la diversidad del pensamiento anarquista: los obreros en lucha no saben qué hacer con este saco revuelto, que les choca por absurdo. Entonces, a fin de elevarse por sobre el marasmo de absurdos en que el movimiento anarquista se ha empantanado al deambular en el primer estadio de la organización, pese a su expansión numérica, resulta vital que se haga un esfuerzo extenuante y decisivo: debe adoptar los formatos organizativos para los que desde hace tiempo ha estado maduro; de otro modo, perderá su capacidad de mantener su espacio natural en la lucha por el nuevo mundo. La urgente necesidad de dar este nuevo paso es reconocida por muchos compañeros, para quienes la suerte del comunismo libertario está ligada a la suerte de los trabajadores en lucha. La compañera Isidine, si la comprendemos bien, no debiera contarse entre los anarquistas de los que ya hablamos, pero tampoco es partícipe en nuestro movimiento: ella sólo toma parte en el debate, en un sentido crítico, y, por cierto, ella ayuda a su progreso de esta manera.

Permítasenos tratar los varios puntos críticos indicados por la compañera Isidine. Todos sabemos que cualquier principio saludable puede, una vez desnaturalizado, servir a una causa contraria a aquella a la cual originalmente fue asignado. En nuestras filas, esto es un hecho con el federalismo: escudándose tras esa pantalla, muchos grupos y algunas individualidades, perpetran actos de oprobio que recaen sobre el movimiento como un todo. Toda intervención, en esos casos, queda reducida a nada, pues los perpetradores de esos actos de infamia buscan refugio en su autonomía, invocando el federalismo que les permite hacer lo que les venga en capricho. Obviamente, esto no es más que una mera malinterpretación crasa del federalismo. Lo mismo podría decirse de otros principios y, especialmente, el principio de organizar una Unión General de Anarquistas podría caer en las garras de personas estúpidas o inescrupulosas. La camarada Isidine está en profundo desacuerdo con el principio de mayorías. Nosotros, por otra parte, reconocemos el debate como escasamente necesario en este punto. En la práctica, este tema ha sido resuelto hace tiempo. Casi siempre, y casi en todas partes, los problemas prácticos de nuestro movimiento son resueltos por mayoría de votos. A la vez, la minoría puede aferrarse a sus propias visiones, pero no se opone a la decisión: generalmente, y por propia voluntad, hace concesiones. Esto es perfectamente entendible: no puede haber ninguna otra forma de resolver los problemas en organizaciones que se involucran en actividades prácticas: no hay, de cualquier manera, otra alternativa si realmente se pretende actuar.

En ocasión de que las diferencias de opinión entre una mayoría y una minoría se deban a factores de tal importancia que ninguna de las partes pueda ceder terreno, se procede al quiebre, sin importar los principios o posiciones expuestos por la organización antes de ese momento.

Ni concordamos tampoco con la camarada Isidine cuando ella dice que el órgano de un grupo aislado puede elaborar una linea política propia y que, de esta manera, según ella, el órgano de la Unión General de Anarquistas deba reflejar todas las visiones y tendencias existentes al interior de la Unión. En efecto, el órgano de un grupo particular, no es del solo interés de su grupo editorial, sino que de todos quienes le dan respaldo material e ideológico. Y ya que, pese a esto, se necesita una línea política bien determinada para este órgano local, esto resulta aún más esencial para el órgano de la Unión, que acarrea muchas más responsabilidades con respecto al movimiento anarquista como un todo que aquel órgano particular.

Por cierto, el órgano de la Unión debe garantizar a la minoría espacio para sus visiones, ya que de otro modo ésta vería negado su derecho a la libre expresión: sin embargo, a la vez que se le permite expresar su punto de vista, el órgano de la Unión debe tener, simultáneamente, su propia linea política bien definida y no ser sólo el reflejo de cualquier visión disparatada o de cualquier capricho surgido al interior de la Unión. A fin de ilustrar como ejemplo de una decisión hecha por la Unión como un todo, pero que no goza de respaldo unánime, la camarada Isidine cita al movimiento Makhnovista, y la división que los anarquistas manifestaron en sus actitudes hacia éste. Este ejemplo, sin embargo, más bien redunda en favor del argumento favorable a la aún presente necesidad de una organización comunista libertaria. Las diferentes visiones expresadas entonces, son explicables, antes que nada, por la completa ignorancia de muchos libertarios respecto a este movimiento durante su desarrollo: muchos de ellos eran después impotentes para analizarlo y adoptar una linea política con respecto a un movimiento tan grande y original como los Makhnovistas. Necesitaban de una colectividad sólida: de haber tenido una entonces, ésta se habría visto obligada a indagar en ese movimiento minuciosamente, y luego, en base a tal escrutinio, habría sentado una posición a adoptar respecto a él. Lo que hubiera servido de mejor manera al comunismo libertario y al movimiento Makhnovista que la posición caótica y desorganizada adoptada por los anarquistas con respecto a éste último, durante su período de existencia. Lo mismo se aplica al problema de la guerra.

Ocurre que en las organizaciones surgen diferencias sobre tales materias, y en tales casos, el resultado frecuente es la división. Sin embargo, hay argumentos para tomar por regla que, en tales situaciones, el punto de división ha de ser, no la conciencia individual y las tácticas de cada anarquista, sino que la implicancia esencial de la teoría, las políticas y las tácticas de la Unión como un todo. Sólo así será el movimiento capaz de preservar su linea política y su vínculo con las masas.

La organización y el principio de delegación no son impedimentos para el ejercicio de la iniciativa, como la compañera Isidine cree. Al contrario: toda iniciativa saludable siempre gozará del respaldo de la organización; los principios planteados, no están diseñados para atrofiar la iniciativa, sino para reemplazar la actividad caprichosa de las individualidades que operan azarosa y ocasionalmente, por el trabajo consistente, organizado, de una colectividad. No podría ser de otro modo. Un movimiento que sobrevive sólo gracias a la iniciativa y la creatividad de muchos grupos e individuos, y que carece de una actividad general específica, perdería sus bríos y declinaría. Por esta misma razón, una de las tareas fundamentales de nuestro movimiento, consiste en ingeniar las circunstancias que permitan que cada militante no sólo demuestre iniciativa, sino que la aproveche y la desarrolle, haciéndola de utilidad para el movimiento entero.

Hasta ahora, y por la falta de una organización general, nuestro movimiento no se ha visto en tal circunstancia, gracias a lo cual todo auténtico militante debe encontrar un canal para sus energías. Es de conocimiento común que algunos de los militantes del movimiento se han rendido en esta lucha, y se han sumado a los Bolcheviques, simplemente, porque no fueron capaces de encontrar un canal para sus esfuerzos en las propias filas anarquistas. Mas aún, está más allá de cuestionamiento el hecho que a muchos trabajadores revolucionarios, que se encuentran en las filas del Partido Comunista de la URSS (1), no les quedan muchas ilusiones respecto al gobierno Bolchevique y podrían cambiar sus lealtades hacia el anarquismo, pero no lo hacen, porque no hay una organización general que les ofrezca una guía precisa.

La compañera Isidine, remarca como uno de los méritos de la Plataforma, haber traido a colación el principio de responsabilidad colectiva en el movimiento. Sin embargo, ella considera este principio sólo en términos de responsabilidad moral. Mientras que, en un movimiento grande, organizado, la responsabilidad sólo puede encontrar expresión en la forma de la responsabilidad colectiva de la organización. Una responsabilidad moral que no se acomoda a la responsabilidad organizativa es carente de todo valor en los esfuerzos colectivos, y se convierte en una mera formalidad vaciada de todo contenido.

Lo que necesitamos, según nos dice la compañera Isidine, no es tanto una organización, sino que una linea política práctica definida y un programa inmediato definitivo. Pero ninguno de ellos es factible en ausencia, previamente, de una organización. Si sólo para plantear cuestiones relativas al programa y a su implementación, debe haber una organización existente que sobrelleve la lucha hacia su resolución.

En el presente, el Grupo de Anarquistas Rusos en el Extranjero Delo Truda, ha tomado esta misión, y en esto goza del apoyo de muchas organizaciones anarquistas obreras en Norteamérica y de los camaradas que quedan en Rusia. En el trabajo pionero llevado adelante por estas organizaciones, bien pueden haber ciertos errores y falencias. Estos deben ser señalados y debe ayudarse a solucionarlos, pero no debe persistir ninguna duda sobre la base y el principio sobre el cual estas organizaciones operan y luchan; el bosquejo de un programa definido, de una política bien determinada y de una linea táctica para el comunismo libertario, para la creación de una organización que represente y encabece a todo el movimiento anarquista: esto es de necesidad vital para ello.

Delo Truda, No.31-32, Noviembre-Diciembre, 1928, pp. 13-17

Nota del traductor:

(1) Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas

 

Traducido por Jose Antonio Gutierrez Danton


Source: Translator

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